El gran privilegio
Hay privilegios que no se cuentan, que quedan ocultos en la
intimidad y hay otros que mientras más se cuentan, mayor bien hacen. Pues yo
tengo un gran privilegio, de esos que es mejor contar y contar.
Mi nombre es Elisa, aunque todos me dicen simplemente, Lisa,
como ya sabrás, para nosotros tiene mucha importancia el significado de los
nombres, pues el mío significa: “la ayuda de Dios”. Tengo 13 años y soy la mayor
de cinco hermanos, Mateo y Pablo son gemelos de 11 años, Lena de 5 años y Juan
de un añito. Vivo en Belén, mi papá Rafael, es agricultor y tiene además un
pequeño rebaño de ovejas.
Estos días en Belén hay un caos especial, gracias al censo
que ordenó el emperador romano César Augusto, mucha gente ha venido a nuestro
pequeño poblado, para empadronarse, pues a pesar de ser una pequeña localidad,
tiene la grandeza de ser “la ciudad de David”. Hoy han pasado por nuestra casa
muchos parientes, venidos de muchos sitios lejanos del país. He estado
trabajando duro con mi mamá para acogerlos a todos, aunque sea por un rato,
pues luego todos han seguido su camino, a alguna posada o a casa de otros
parientes. Mi papá pasara la noche en el campo con mis hermanos, unos tíos y
primos, pues temen que, con tanta gente en la ciudad, nuestros rebaños puedan
sufrir bajas considerables, así que, se han unido para quedarse todos en un
mismo lugar.
Por fin, la noche. Estoy muerta de cansancio, ya mis
hermanitos se durmieron mi mamá y yo recitamos las oraciones de la noche y por
fin a descansar.
De repente entra mi papá en la casa, viene fuera de sí, yo
pensé lo peor; los atacaron, les quitaron los rebaños, secuestraron a mis
hermanos, primos, tíos… es difícil entender lo que nos quiere decir, pero mi
mamá qué es un mismo ser con él, lo entiende mejor y cae sentada, como en shock.
Yo aún medio dormida, realmente no sé qué pensar…
–Papá, por favor, ¿qué es lo que pasa? No entiendo nada.
–Lisa, hija, yo estaba en el campo con todos los demás, de
repente el cielo se iluminó, algunos quisieron salir corriendo por el miedo,
pero entonces una criatura celestial nos habló: “No tengáis miedo, pues os
anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo. En la ciudad de
David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Esto os servirá de señal:
encontrareis un niño envuelto en pañales acostado en un pesebre” (San Lucas 2, 10-12)
y al terminar todo un coro de ángeles cantaba alabando a Dios. Fue demasiado
hermoso, no te lo puedes ni siquiera imaginar.
He venido a buscarlas para ir todos a alabar al hijo de
Dios.
–Hija, por favor, corre despierta a los niños y abrígalos
bien, para salir cuanto antes. Yo voy a preparar algo que llevar de ofrenda.
En el camino nos encontramos con mis hermanos, tíos y
primos, todos llevaban algo, un corderito, queso, huevos, leche, leña… también
se unieron mis tías y primas, éramos todo un batallón. Allí a lo lejos, una gran
estrella daba toda su luz a una pequeña cueva, que estaba en la ladera de un
campo. Algunas veces yo había estado allí jugando con mis hermanos, es un lugar
frecuentado por los pastores, allí suelen resguardarse las noches de
tormenta.
Apenas llegar lo encontramos todo como lo dijo el ángel. Estaba
allí recostado en el pesebre un hermoso niño envuelto en pañales, sus padres
nos vieron llegar con un poco de asombro, entonces mi papá les contó todo lo
que les había dicho el ángel acerca del niño.
Cada uno ofreció sus presentes y adoró al niño, María –que
así se llama su madre– es bellísima, nos acogía a cada uno con mucho cariño nos
dejaba cargar al niño y que habláramos con él todo lo que quisiéramos.
José –que es el padre– recibía los presentes y nos
acomodaba en la gruta, para esperar el turno de estar ante el niño Dios.
Cuando llegó mi turno me di cuenta de que no tenía nada que
ofrecer, con las prisas salí con mi hermanito en brazos, pero ahora no sabía
qué hacer. María se dio cuenta de mi sonrojo y preocupación, entonces me sonrío
muy tiernamente y me ofreció al niño, como no terminaba de tomarlo, José me dio
un pequeño empujoncito, cuando lo tomé en mis brazos supe que ya no habría
vuelta atrás, ya nada sería igual, le dije que como no tenía nada para
ofrecerle me quedaría con él… ahora sólo quería vivir así, muy cerca de
él.
Todos se fueron marchando, mis tíos y hermanos volvieron
para seguir con los rebaños, mis tías y primas volvieron a sus hogares.
Mi mamá hablaba con María y mi papá hablaba con José,
parecía como si ambos tratarán de convencerlos de algo… Yo cuidaba de Jesús y de mis hermanitos, en realidad contemplaba
cómo dormían plácidamente los tres.
Efectivamente mis padres convencieron a José y María de que
vinieran a quedarse en nuestra casa, les dejamos la mejor habitación,
naturalmente ellos no querían tomarla, pero estaban tan cansados que cedieron a
nuestros ruegos rápidamente.
–Mamá, tengo que
contarte algo.
–Hija mía, mañana, ¿sí?
ahora tenemos que descansar para poder atender bien al hijo de Dios, ¡que está
en nuestro hogar!
–Mamá, por favor, sólo
óyeme un momento, yo quiero irme con José y María, y estar a su servicio para
siempre.
–Pero ¿qué dices? ¿de
dónde te has sacado eso?
–Mamá, fue cuando tomé
al niño en mis brazos, allí le regalé por entero mi corazón.
–Duerme, hija, duerme,
ya veremos.
Al día siguiente estaba confundida, no sabía si todo fue un
sueño o sí fue real. Pero, allí estaban: María amamantaba al niño, José salió
muy temprano a buscar algún trabajo, para ganar dinero suficiente y seguir con
su viaje de regreso a Nazaret.
–María, anoche no te lo
dije, mi nombre es Elisa y quisiera ayudarte a cuidar del niño.
–Sí, por supuesto,
toma, si quieres lo puedes cargar.
–Sí, pero, me refiero a
que me gustaría irme con ustedes.
–¿Y tu familia? ¿Tu
madre también te necesita?
–Igual pronto tendré
que irme y formar mi propio hogar, en unos dos años a más tardar, me dirán cuál
será mi esposo y tendré que dejar esta casa. ¿Qué más da que sea ahora?
–Esa decisión no está
en mis manos, sólo tú y tus padres pueden tomarla. Yo con mucho gusto te
recibiría en mi casa.
Pasaron ocho días, y como siempre me he ocupado de las
cosas de la casa, de mis hermanitos y de Jesús. Que, por cierto, se porta muy
bien, cuidar de él es encantador, saberse mirada por sus ojos no tiene
precio.
Hoy voy a acompañar a José y María al templo, van a
circuncidar al niño.
En el templo hay mucha gente, un anciano se acerca hasta
nosotros tomó el niño y empezó a entonar alabanzas, nos quedamos muy
sorprendidos, después nos bendijo. Y la verdad lo que dijo luego, me asustó
bastante. Le dijo a María que una espada traspasaría su corazón, en ese momento
José tomó muy fuerte la mano de María y yo me abracé a ella, como si pudiera
impedir que la espada toque a mi señora. Y para rematar la escena se acercó
también una abuelita, bendiciendo a Dios y hablando del niño a todos los
presentes.
Al llegar a casa caí en cuenta, que la estrella que había iluminado la cueva y que se había apagado durante todos estos días, estaba ahora sobre nuestro hogar. Después de todo lo que había visto y oído estos días, ya ni eso de que una estrella se posará sobre mi casa me sorprendía, pero, lo que pasó a continuación sí que me dejó boquiabierta; por el camino se acercaba una gran caravana real, con estandartes, camellos, sirvientes y reyes. Yo estaba jugando con Jesús y mis hermanitos, rápidamente le di el niño a María. José estaba muy alerta y mi padre también, nadie sabía quiénes eran, ni que querían.
Al ver a María con el niño se pusieron de rodillas y lo adoraron, abrieron sus tesoros y le ofrecieron regalos: oro, incienso, y mirra. Luego nos contaron todo acerca de su viaje y la estrella. Aquella noche cenamos todos juntos: reyes, campesinos, pastores, niños, con el Rey de Reyes, que apenas es un chiquitín, que necesita ser cuidado aún. Luego se marcharon, yo quedé como borracha de alegría, eran tantas cosas nuevas, que mi cabeza no dejaba de pensar en Jesús y en tantos prodigios que estaba viviendo.
Esa noche, José nos despertó a todos, su cara lo decía todo.
–He sido avisado en sueños, debemos marcharnos. El niño
corre peligro, Herodes lo busca para matarlo. Gracias por todo, les estaremos
eternamente agradecidos por su acogida y por sus servicios. Y, Rafael, llévate
tus hijos pequeños lejos y ocúltalos por un tiempo, porque también ellos corren
peligro.
Rápidamente todos nos pusimos en función; mi madre
preparaba comida para que se llevaran, mi padre fue a preparar al burro, José
acomodaba todas sus pertenencias, María estaba con Jesús y yo estaba haciendo
un pequeño bulto con los pañales del Niño.
–Papá, mamá, por favor,
déjenme ir con ellos.
–Ni hablar, hija. no
ves que van de huida, no serás más que un estorbo, María irá en el burro, José
tiene que ir a paso muy rápido, tú no podrás seguir el ritmo y sólo serás una
boca más que alimentar.
–Me esforzaré, lo
prometo.
–Si ella quiere venir
con nosotros y ustedes la dejan, yo no tengo ningún inconveniente. María
necesita ayuda y más en un país extranjero, estoy seguro de que María piensa
igual. Y en cuanto al ritmo de esta noche... La he visto trabajar todos estos
días, yo creo que una noche aguantara. Además Jesús se ha encariñado mucho con ella,
no se han dado cuenta cómo se duerme en sus brazos, con qué gusto sonríe a sus
muecas y lo bien que se lo pasan juntos.
–Pues rápido, hija,
prepara tus cosas.
–¡Gracias, José! ¡Gracias,
María! ¡Gracias, papá! ¡Gracias, mamá! Me están ayudando a seguir mi camino.
Y así fue como conocí a Jesús, María y José, y desde
entonces ya nunca me he separado de ellos y tengo el gran privilegio de
servirles.
Maira Pérez Duque
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