Las hormigas que adoraron al Niño Dios

Éste es un cuento para niños, aunque probablemente lo entenderán mejor los adultos. Relata cómo unas hormigas obreras y soldados fueron a adorar al Niño Jesús en el pesebre.

Danny, Tommy, Mico y Chipi son cuatro hormigas jóvenes aprendices guiadas por su tía Brisa, una hormiga reina y regordeta que, aunque no es propio de las hormigas, extrañamente tiene un lunar en su cara. Dejaron atrás su hormiguero y emprendieron el camino por un bosque de pinos y olivares.

Tía Brisa: Mico, no te distraigas en el camino, que hay mucho que recorrer. Mico es la más pequeña de las hormigas; sin embargo, gracias a su carácter fuerte y enérgico, se ha ganado el título de soldado, pues su misión es defender al grupo familiar.

Mico: Voy, tía Brisa; quiero agrandar el hormiguero con estas ramas. Sabes que procuro mantenerlo y defenderlo.

Danny: ¿A dónde vamos? Ya estoy cansado de caminar y cargar con estas hojas; ¿por qué tanto apuro?, comenta Danny malhumorado. Él es una hormiga obrera, que al igual que Tommy, recogen comida, alimentan y cuidan a la reina y a las crías. 

Tía Brisa: Ustedes lo que tienen que hacer es seguirme sin tanta preguntadera. Si hablan mucho se cansarán más rápido. Los llevaré a una cueva donde antes no han ido y donde probablemente su vida cambiará; eso depende de ustedes.

Chipi: ¡Nuestra vida cambiará!, gritó Chipi saltando de emoción. ¿O sea que dejaremos de ser hormigas? Bueno, si es así, a mí me gustaría ser princesa y tener un pelo largo y brillante. Chipi es una hermosa hormiga, un poco vanidosa, que algún día desearía ser la reina del hormiguero.

Tía Brisa: Chipi, no digas tonterías. Claro que seguirás siendo una hormiga, pero no cualquiera. Ya verás cómo el Niño que vamos a conocer en esa cueva hará que quienes somos y nuestro trabajo sea diferente; es decir que tenga más valor.

Mico: ¡Ahhh! si es así, yo sí voy a visitar a ese Niño, porque uno en ese hormiguero lo que hace es trabajar y trabajar y nadie le reconoce tanto esfuerzo, se quejó Mico, entrecruzando sus patas delanteras y en actitud arrogante.

Tommy: No lo tomes así, Mico, cuando trabajamos nos hacemos mejores hormigas y servimos a las otras. Seguro que cuando conozcamos a ese Niño aprenderemos a trabajar mejor.

Danny: Tía Brisa, ¿qué es esa luz resplandeciente que nos ilumina desde el Cielo? ¿Por qué la seguimos todo el tiempo?  

Tía Brisa: Esa estrella nos la puso el Altísimo para guiar nuestros pasos hacia la cueva. Pero antes de llegar allí tenemos que estar preparados.

Chipi: ¡Ahh! Yo ya me arreglé. Esta mañana me di un buen baño y me puse hermosa, comentó con coquetería.

Tía Brisa: Está muy bien que te arregles, pero lo más importante es que te prepares internamente con algún propósito. Para ver al Niño tenemos que ser humildes, dejando atrás cualquier orgullo que llevemos dentro, que nos haga vernos mejores que otros.

Tommy: Yo quiero prepararme para ver a ese Niño. Por eso he decidido prestar mis cosas a quienes lo necesitan y aprovechar hasta el final lo que tengo.

Danny: A mí me encantan los animales. Me hubiera gustado ser un tigre, en vez de una hormiga.

Danny se queda un tanto pensativo, dirige sus ojos al cielo y comenta con melancolía: -Quizá le pueda pedir al Niño que me ayude a aceptarme como soy.

Mico: Bueeeno… dijo rascándose la cabeza y un tanto rezagado. -Yo me propongo no quejarme ni ponerme bravo; voy a sonreír y a servir a las demás hormigas con desinterés.

Tía Brisa: Muy bien, niños, han hecho buenos propósitos para prepararse a este gran acontecimiento. Sigamos caminando sin detenernos, porque ya llega la medianoche y tenemos que estar en el momento del nacimiento.

Chipi: ¡Ahhh! ¡El Niño que vamos a ver aún no ha nacido! Entonces tendremos que correr para ayudar a sus papás a cobijarlo y a darle calor con nuestras hojas.

Mico: Pero, nosotros cómo vamos a calentarlo, si somos pequeñas e insignificantes hormigas…

Tommy: Si cada uno cargamos con muchas hojas, probablemente podremos colaborar para que la cuna esté más blanda, aunque no logremos cubrirla del todo.

Así fue como las cuatro hormiguitas con la Tía Brisa, se apuraron hasta llegar a Belén, guiadas por la luz de la estrella. Cada una cargaba con muchas hojas, casi no podían caminar con rapidez, pero las ansias de llegar aligeraron la marcha.

Pasaron varios días y ya sin aliento vieron en el horizonte, que el astro que tanto brillaba se posaba en un pesebre. En cuanto llegaron, encontraron a una hermosa señora que tenía en sus brazos a un recién nacido y a un hombre joven que corría para todos lados, buscando leña para calentar el lugar y luego barría con una especie de escoba improvisada con pajas.

Las hormigas quedaron impresionadas de la belleza de la mamá y de la ternura del Niño. Se acercaron pastores con sus ovejas, cabritos y patos. Llegaron al pesebre contentos cuando un ser celestial les anunció el nacimiento del Niño. Eso mismo le pasó a la tía Brisa, pues un Ángel avisó a las hormigas reinas de la comarca sobre este acontecimiento; pero sólo ella con sus sobrinos fueron los que emprendieron el viaje; las demás no quisieron, porque decían que tenían mucho que trabajar.

Los pastores iban cargados de regalos: hallacas, arepas, queso de cabra y un dulcito de lechosa, que se notó que a la mamá le gustó mucho. El papá les pidió un guayoyito, porque estaba que se caía del sueño; ya llevaba varios días pasando mala noche. Y, de repente, se prendió la fiesta. El pastor más anciano tocaba el cuatro, otro la tambora y el pequeño las maracas. Cantaban aguinaldos con tanto ritmo y alegría por este nacimiento, que, hasta la mamá, aunque llevaba pocos días de haber dado a luz, dejó al Niño en la cunita y se puso a dar algunos pasitos de gaita con su esposo. 

Chipi: Tía Brisa, con tantos presentes tan buenos y sabrosos que han traído los pastores, cómo vamos a entregar estas simples hojas. ¡Es tan pobre lo que ofrecemos! ¡Y tampoco sabemos tocar instrumentos ni bailar!, comentó decepcionada y tristona.

Tía Brisa: A veces no tenemos mucho que ofrecer, incluso puede ser que no poseamos nada, pero al Niño le gusta que tengamos la actitud de entregarle algo, sobre todo a nosotros mismos.

Las hormigas lograron acercarse a la cuna, aunque aún no habían podido subir para colocar sus hojas. De pronto, se interpuso entre ellas un gran perro San Bernardo de uno de los pastores, que movía su cola con emoción y no les dejaba ver al Niño. Se molestaron tanto las cuatro jóvenes aprendices, que comenzaron a tramar cómo atacar a ese gran mastodonte que les tapaba la visión de lo celestial con su gran trasero. Y así los encontró la tía Brisa.

Tía Brisa: Niños, ¿por qué tanta algarabía e intriga? ¿No me digan que están conspirando algo contra el perro? Siguiente lección: cuando uno está en presencia del Niño no puede tener malos sentimientos contra nadie. Las cosas se pueden resolver de otra manera. Simplemente -dijo parsimoniosa- movámonos nosotros de lugar y sigamos contemplando la belleza. La alegría de que el Salvador de los hombres -y también de las hormigas- haya llegado al mundo, no nos la puede quitar nada ni nadie.

Las cuatro hormiguitas jóvenes quedaron un poco avergonzadas por su “mala” actitud. Así que estuvieron unos minutos cabizbajas, tiempo en que aprovechó la Tía Brisa para explicarles otro asuntico interesante para la vida:

Tía Brisa: Vean a ese Niño desvalido: siendo Dios se ha hecho un bebé, para que nosotras las hormigas también pudiéramos estar cerca de Él. No olviden que el Niño, con su “buena” actitud, nos enseña a ser humildes si nos hacemos pequeñas.

Chipi: O sea que nosotras somos humildísimas y en cambio los elefantes son unos grandes soberbios.

La tía y las demás hormigas se rieron con ganas por esta ocurrencia de Chipi.

Tía Brisa: No es la pequeñez de tamaño a lo que me refiero, sino a sabernos que no somos nada ante Él y a la vez que lo podemos todo con Él. A ver cómo se los explico, esto es una mezcla entre ser humildes y audaces.

Chipi: Mmmm, no sé si entiendo. Eso quiere decir que si yo, que soy una simple hormiga, pido ayuda al Niño ¿puedo lograr hacer lo mismo que los elefantes?

Tía Brisa: Bueno, bueno, más o menos; es decir, no es literal. No levantarás troncos pesados, pero podrás levantar el ánimo de otras hormigas y, si piensas ser la reina de un hormiguero, podrás dar muchas crías que trabajen bien y den gloria a ese Niño con su trabajo.

Tommy: Tú sí sabes, tía, dijo pensativo y con firmeza el mayor de las hormigas soldado.

Tía Brisa: Cuando pasen los años se darán cuenta de que la sabiduría no está tanto en conocer muchas cosas, sino en amar mucho. Pero, esto hay que practicarlo bastante. Créanme, sólo el que ama es feliz.   

El bebé comenzó a llorar y su mamá lo tomó en sus brazos para mecerlo y amamantarlo. Luego, el papá le sacó los gases; ya se nota que se va haciendo experto, aunque sólo tiene pocos días en esto. Una de las pastoras trajo a la mamá una cesta con pañales limpios y se llevó otra con los sucios para lavárselos en el río.

Los pájaros comenzaron a cantar una hermosa melodía, la cual fue interrumpida por los patos, que quisieron también cantar y bailar, pero no pegaron nota; de modo que el dueño se los llevó rapidito y con cierta vergüenza del show que habían montado.

Así llegó el momento más esperado para las hormigas. Era hora de entregar sus regalos al Niño. Tía Brisa y los cuatro sobrinos viajeros subieron a la cunita del Niño, cargando en sus lomos con las hojas más suaves que encontraron en el camino. La hermosa mamá se dio cuenta de que se acercaban y tomó al Niño en sus brazos para que hicieran bien su labor. Se pusieron a trabajar, como bien saben ellas y colocaron las hojas una encima de la otra, para que la camita quedara más cómoda. Cuando terminaron, la mamá colocó al bebé con mucho cuidado y aquí es cuando vino la mejor parte, que ellas no se la pudieron creer: el Niño las miró y les sonrió. Así se quedaron un buen rato contemplándose mutuamente. Todas se pusieron firmes, como buenos soldados que eran, encima de la cunita y le dijeron al Niño:

Mico: De ahora en adelante, yo seré tu soldado y siempre te defenderé, dijo con fuerza y decisión.

Tommy: Yo, que me ocupo de cuidar a la reina de las hormigas, ahora cuidaré de tu hermosa Reina Madre, que me ha robado el corazón. Me quiero quedar con ella y contigo a tu servicio.

Danny: Desde que estoy aquí me encuentro más contento, porque tu mamá me mira con cariño y cuando hablo contigo sé que me escuchas y me aceptas como soy.

Chipi: Si llego a ser hormiga reina, te serviré con mi trabajo, haciendo que Tú seas el que realmente reines en ese hormiguero.

La tía, sin apartar la mirada del Niño, pronunció las últimas palabras de lección de este viaje:

Tía Brisa: Niños, este día debería quedar grabado en nuestra vida. Habrá un antes y un después, porque hemos sido testigos de que el Cielo ha llegado a la tierra y nos ha permitido participar de lo grande, pese a ser nosotras tan pequeñas.


Luisa Henríquez

Dedicado a mis sobrinos Thomas Christopher (Tommy), Danniel Patrick (Danny), Tomás Augusto (ToMico), Helena (Chipi) y a los que vendrán. Les recomiendo volverlo a leer cuando sean adultos, para que nunca pierdan su alma de niños.

Tía Brisa del Mar


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