La gracia de un Niño que era Dios y los recursos de una madre cariñosa

 

… Vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador…” (Lucas 2, 10-11)

Aquel pastor, Ismael, uno más en el conjunto de los que vigilaban por turno su rebaño durante la noche, apenas oyó que había nacido “el Salvador” pensó en su esposa Noemí y en su hijo de 6 años Manuel: el niño había nacido enfermito y la madre no conseguía superar la situación; esto influía mucho en el conjunto familiar, en los otros hijos y en él mismo. Pensó que si llevaba a su esposa y a su hijo al lugar, a Belén, junto al pesebre, y veían al Salvador, el ambiente en su casa mejoraría.

Sin pensarlo más, fue a su casa recogió a Noemí a Manuel; metió en su morral un poco de leche y unas empanaditas que tenían en la casa, y se fueron presurosos al lugar que el Ángel había indicado. Noemí, algo disgustada, no entendía bien lo que pasaba, pero Ismael se lo explicó por el camino.

Llegaron a una gruta excavada en la montaña y vieron desde fuera al Niño, envuelto en pañales y reclinado en un pesebre; junto a él a su Madre y al que suponían su padre. Pidieron permiso para entrar. Saludaron. Ismael se presentó él y a su familia, Noemí y Manuel, añadiendo que otros cuatro hijos se habían quedado en su casa.  José, como jefe de la familia de la gruta, también presentó a María y al Niño Emmanuel, y luego dijo su nombre, José. Los visitantes les ofrecieron sus regalos y se quedaron muy impresionados con el lugar: limpio, recogido, con el equipaje de los viajeros recién llegados colocado a un lado muy ordenadamente. Unos animales al fondo. Ningún mueble, salvo el pesebre y un sencillo banquito. La sonrisa y la amabilidad de María y de José los cautivó al instante.

Manuel enseguida se acercó al Niño, su casi tocayo, se encantó con él y se puso a jugar con sus manitas. Ismael empezó a conversar con José, contándole por qué estaban allí. Noemí no dejaba de mirar a María, aquella señora tan bonita, tan especial, que no tenía nada pero estaba contenta y la trataba  con tanto cariño; se interesó por su familia, sus hijos, su lugar de origen… Noemí pensaba y pensaba: esta mujer no tiene nada y está feliz… y yo, en cambio, que tengo mucho más, estoy rebelde por la enfermedad, que no quiero aceptar, de uno de mis hijos, mientras que los otros cuatro están sanos y muy bien; algo profundo cambió en ella; vio que no era justa con Dios, al que le había protestado tanto, vio que su familia no era lo feliz que podría ser; vio que la culpa era de ella; se dio cuenta de que no podía continuar así.

María y José agradecieron los regalos que les habían llevado y después de un ratico se despidieron, ofreciéndose para lo que necesitaran; salieron de esa gruta que no se les olvidaría nunca. El camino de regreso a su casa fue muy diferente. Ismael no podía creer lo que veía: Noemí estaba contenta, acariciando a su hijo enfermo, diciendo que le iba a contar a todas sus amigas lo que había visto, cosa que hizo al reunirse con ellas en la fuente.

María y José sólo notaron que la actitud de aquella mujer había cambiado y dieron gracias a Dios: Jesús había empezado a actuar en las almas, de modo ordinario, sencillo y natural.

 

Mirentxu Landaluce

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