La Casa del Pan

 

Llegó diciembre, pronto estaremos en Navidad, pensó para sus adentros mamá Blanca: los días, aunque son iguales parecen ir más rápidos, hace poco no pensábamos que en el mundo se prolongaría la pandemia tanto tiempo, quizá por un año más... y comienzo a tomar en serio que llegó para quedarse y que debemos aprender a vivir con ella.

Blanca mira a Francisco y le dice: ¿Mi amor, puedes ir con los mayores a bajar las cajas donde se guardan las cosas de Navidad? Francisco responde: Con todo gusto, Negrita, tenemos de nuevo trabajo para los niños, ¡cuánto hemos aprendido en estos meses de permanencia en nuestro hogar!

Comenzamos por abrir las cajas del Nacimiento...

Papá Asisito, con sus manos y su boca, emite el sonido melodioso de una fanfarria: ¡tarará tarará tarará! sosteniendo un castillo en su otra mano dice: el emperador César Augusto ordena un censo para saber cuántas personas están bajo su dominio en el Imperio Romano, cada varón debe ir al pueblo de dónde viene su familia. José, aunque había nacido en Arimatea, pertenecía a la familia de David y éste último, desde sus bisabuelos Rut y Booz vivían en Belén. Allí nació, vivió y fue ungido David como Rey de Israel por el profeta Samuel (I, Sam. 16,14).

Mamá Blanca levanta una colina rocosa de papel rodeada de verdes tierras, dice que será Belén en el Nacimiento, Tierra de Esperanza, la Tierra de Dios en el país de la Revelación. Una tierra de muchas luchas, dolor y miseria a lo largo de la historia porque Dios quiso hacerla Tierra de Fe y Amor, Casa del Pan para sus hijos.

La Nena desenvuelve las figuras de San Gabriel y la Virgen María e imitando a sus papás repitió en voz alta las palabras del Arcángel, recitando el Ave María. Luego mamá Blanca les leyó: “Oh, María! No temas porque has hallado gracia en los ojos de Dios, has de concebir en tu seno y darás a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Este será grande... y su reino no tendrá fin... el Espíritu Santo descenderá sobre ti... por cuya causa el fruto santo que de ti nacerá será llamado hijo de Dios”. (Lc. 1,28-36).

Frank sostiene a San José dormido y comenta: José se da cuenta de que María está encinta, no entiende, está nervioso, no puede dormir... y quedándose dormido un Ángel le dice en sueños: “José, no temas... (Lc. 1,20). No tengas miedo, María es Virgen y Madre, el Espíritu Santo la ha fecundado. El niño será Dios con nosotros, según la promesa. Cuídala, es tu esposa, ese hijo será como hijo tuyo, le pondrás por nombre Jesús, pues viene a salvarnos”.

¿Y qué hizo José?, pregunta Auri.

José fue a buscar a María, la encontró en silencio rezando... la contempló un momento y la saludó, shalom, luego se disculpó y le pidió perdón. María le retribuye el saludo, shalom y con su mirada le dice todo. José se la lleva a su casa, le brinda todos sus cuidados, la protege...Más tarde obediente, sigue la indicación del emperador y emprende viaje con María, su esposa, a la ciudad de Belén... Y escribió la historia haciendo lo que le tocaba hacer.

Linda se compadece de María encinta sobre la mula, llevada por José y acaricia la barriguita de María y calma a José preocupado por llegar con la luz del día... y como sabe lo que le espera, casi que se adelanta para tocar de puerta en puerta... y busca presurosa entre los envoltorios, la mejor cueva, el mejor refugio de la mula y el buey y se afana para conseguir el pesebre y ayudar a José, busca también las figuras de los padres y esconde al Niño, apretándolo en su mano, cierra los ojos y piensa en su Niño Dios consentido, el Rey de Reyes que ahora es también su protegido. Linda se queda dormida y experimenta con María un nuevo soplo del Espíritu Santo, no sólo en ella, sino en todo el lugar... y también fuera de él... la creación entera: las estrellas hablan entre sí, corretean de alegría... la luna se mece una y otra vez... refulgentes y brillantes colores surcan el firmamento... los ríos con fuerza cantarina endulzan al mar... los mares besan la tierra y expanden su espumas... las aves en trino cantan con finura... las plantas y flores esparcen sus suaves aromas... otros animales quedan deslumbrados por el dulce resplandor... la creación entera henchida de alegría canta a la presencia de su creador... Y ante tanta conmoción, María, entre la tierra y el cielo, recibió a su Rey, cuidadosamente, ayudada por José, lo envolvió en pañales y lo recostó en el pesebre que le restauró él. ¡Linda despertó llena de una especial felicidad por la Navidad vivida! Cuando abrió su mano para besar al niño, el Niño Jesús del nacimiento había desaparecido y mirando con prontitud hacia la cueva, sorprendió a María y José en silencio, mirándolo serenamente y cubriéndolo de mimos, se asombraban, lloraban y sonreían. Linda los contemplaba en silencio y, como María, guardaba todas estas cosas en su corazón y allí conservaba especialmente la imagen, observa en la Casa del Pan: alimento en todos los sentidos, para la vida humana, ahora empieza a comprender...

A Mía le gusta cantar y busca a los ángeles para conformar su coro, anunciando a viva voz la llegada de Dios a la tierra, los hombres, mujeres y niños se enteran de tan grande Amor de Dios, ¡todo lo creado canta con Mía y alaba al Niño Dios! “Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres que Ama el Señor...”

Edua y Tito están jugando entre ovejas y pastores, casitas, cazorlas y los habitantes de la región, como otros pastores más, velan y protegen su rebaño porque se hace de noche... De pronto fueron rodeados por un gran resplandor y tuvieron gran temor, un ángel voló sobre ellos y les dijo que no temieran que les traía buenas noticias de gran alegría para todo el pueblo: “Os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador, el Mesías el Señor (Lc. 2,8). Los pastores corren a contar lo que le han anunciado...

Papá Asisi presuroso le lleva a los pastores los obsequios para el recién nacido: requesón, miel, dulce de lechosa y algunas hallacas que acaban de hacer.

Luego toma el cuatro y con sus rebaños cantan al Dios Niño bellos aguinaldos, llega mamá Blanca y trae las maracas, Auri se da cuenta del canto iniciado busca su furruco que está bien templado, a Mía le gusta tocar su tambor y con sus retoques cubrir al niñito con todo su amor, suenan las campanas de la nochebuena son Tito y Edua que sin pena llegan, Frank, la Nena y Linda buscan los abrigos, porque la parranda canta, toca y ríe casa de los amigos.  ¡Vamos pastorcitos, ha nacido el Niño!

María Eugenia Loreto

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