La Estrella de Belén, ¡Estrella de Navidad!
¡¡Me vieron, los tres me vieron!!
¡Qué alegría! En el fondo era eso lo que quería, ¿para qué esperar
más?
Me puse mi mejor fulgor y ahí estaba yo, radiante, en el firmamento
y ellos me vieron.
Permanecí inmóvil titilando para que no me perdieran de vista,
hasta que logré mi objetivo: mostrarles a Jesús.
Venían del Oriente. Representaban las tres razas de la Edad Media.
Sus nombres: Melchor que personifica a los europeos, Gaspar a los asiáticos y
Baltasar, de tez negra, a los africanos.
Hombres sabios que nos estudian a las estrellas, en su deseo de
buscar a Dios. Por eso los llamo buscadores de la verdad, porque representan a
todos los hombres buscadores de Dios de todos los tiempos y de todos los
lugares, y eso incluía a todo el mundo hasta entonces conocido.
Sí, vinieron de Oriente guiándose por mi resplandor y los conduje
hasta Belén, por eso me llaman la Estrella de Belén.
Recuerdo que ellos, antes de llegar, visitaron al rey Herodes, el
grande, en la ciudad de Jerusalén, a quien interrogaron sobre el nacimiento del
"Rey de los Judíos" y así poder dar con Él para adorarle. El monarca,
sin mostrar su sorpresa, después de consultar a los escribas versados, les
aseguró que el niño debía nacer en la pequeña ciudad de Belén, como anunciaba
la profecía de Miqueas, y astutamente les dijo que, de regreso, pasaran a
hablar con él para darle la noticia del sitio exacto donde lo encontraran y así
poder ir también a adorarle. Pero, en realidad, su intención era matarle.
Ya en Belén, los tres me volvieron a ver, más resplandeciente aún,
yo seguía titilando con mi mejor fulgor y debajo de mí encontraron al Niño
recién nacido, en un pesebre. Y lo adoraron ofreciéndole oro por ser Rey de
Reyes, incienso por ser Dios, y mirra, un aromatizante…, que representa la
inmortalidad. Y con él, sorprendidos, los pastores, una mula y un buey.
Desde lo alto, miro al Niño
y le pregunto: "Jesús, ¿dónde está tu realeza?" Y a ti, "¿has
visto la grandeza de Dios que se ha hecho Niño?"
Los pastores emocionados corrían presurosos a darlo a conocer y yo
feliz les alumbraba el camino.
Al regreso, advertidos por un sueño de las intenciones del rey, los
magos no volvieron a Jerusalén. Herodes ordenó dar muerte a todos los niños
menores de dos años residentes en Belén, episodio conocido como la Matanza de
los Inocentes. Entonces yo ya no refulgía, me apagué.
Un nuevo mensaje celestial, advirtió a José de la amenaza y éste,
llevando a María y a Jesús, huyó a Egipto. Pasaron quizás un par de años y un
día a José se le volvió a aparecer el ángel: "Levántate, toma al Niño y a
su Madre y vete a la Tierra de Israel…" Era el final de la huida a Egipto.
¡Había muerto Herodes!
Y colorín colorado, esta parte de la historia se ha acabado…
¿Pero que dónde estoy yo, la Estrella? Pues mírate al espejo. En tu
frente rutilando como un lucero, claro, si es que has encontrado la verdad y lo
tienes a Él en tu corazón.
Katina Pereira Gómez
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