Una carta al Niño Jesús
A pocas horas de recibirte, de verte y oírte, porque lo que hoy celebramos no son los fuegos artificiales, ni los regalos, tampoco el tiempo en familia, la fiesta de hoy se debe al nacimiento más grande de todos: el de un Dios que se hace hombre, mejor dicho, niño.
Seguro soñaste con hacerte niño —chiquito e indefenso— porque sabías que era la única manera de entrar en nuestros corazones que, a
diferencia del tuyo, son corazones pequeños. Yo, mientras tanto, sigo pensando
en ese inmenso milagro que sucedió en el vientre de María, milagro del que
nacen miles de milagros más. Si se quiere ser preciso, entonces diría que el
segundo milagro más grande —sabiendo que Tu
nacimiento fue el primero— es tener a María
como Madre.
Todavía me impresiona el hecho de que,
en Nochebuena siendo el día de tu nacimiento, quien reciba los regalos sea yo y
no Tú. Nuevamente, me demuestras lo mucho que me amas, quedándote Tú con nada
para darme —darnos— todo. Es
por eso, que me emociona tanto la leyenda del Pobre Pastor: “Sin nada que
ofrecer fue a verte. María, Tu madre, al verlo con las manos vacías, con
ternura llena los brazos del pobre pastor con el mejor de los regalos, le
entrega a Dios hecho niño”. Creo firmemente que en el fondo todos somos ese
humilde pastor. No tenemos nada que darte, sin embargo, Tú te entregas por
completo a nosotros.
Esta Navidad —la cual considero más sencilla que las anteriores— puede que sea la más parecida a la primera, pues no
tendremos la cabeza sumergida en superficialidades, sino en ese humilde
establo, donde José y María te cargaban, mirándote llenos de amor y emoción,
sin importar el frío, la soledad o la pobreza en la que se encontraban. Tenerte
allí con ellos fue lo que dotó de sentido su existencia entera. Ojalá, también
pueda acompañarte tan de cerca como lo hizo José toda su vida y María hasta la cruz.
Ahora bien, conociendo lo modesto
que eres y sabiendo que prefieres un incómodo establo antes que una suave cuna,
quisiera invitarte a que este año nazcas en mi corazón, el cual es tan pobre
como aquel establo que tanto te gusta. Eso sí, en caso de que aceptes esta
invitación, no sé si sería mucho pedir, pero… ¡Como me gustaría que también trajeras
contigo a José y a María! Seguro que, de esta manera, permanecería tan cerca de
Ti —aprendiendo tanto de nuestra Madre y de su buen esposo
San José— que ahora podría también decir “ya no soy yo quien
vive, sino Tú que vives en mí”.
Que afortunado fue aquel burrito que
llevaba a María y a Jesús en el lomo, guiado por San José, quien no apartaba la
vista de la Estrella de Belén. Si un deseo tengo, es precisamente ese. Quisiera
llevar conmigo, siempre y en todo momento, a Jesús y a María, tomada de la mano
por San José, con los pies firmes en la tierra, pero, con la mirada clavada en
el cielo.
Jesús Niño, a quien ahora veo con
inmenso cariño, hoy te pido que juegues conmigo, que me enseñes a estar más
cerca de Dios Padre y de tu Madre, María. Que logre guardar todos los aspectos
de Tu vida en mi corazón, para poder llevar a todos al verdadero Amor.
Ana Mastropietro
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